JAVIER VALLE RIESTRA

Artículos escritos por el brillante Jurista Javier VALLE-RIESTRA GONZALES OLAECHEA.

domingo, 24 de junio de 2007

Por qué los parlamentos deben ser disolubles

Esta es una hora de mutaciones sociológicas y de mutaciones constitucionales. No se puede mantener a ultranza como un dogma inflexible la indisolubilidad de las cámaras, como si nada hubiera cambiado en la teoría jurídica y en la colectividad. Se introdujo en las Chartas de Haya (1979) y de Fujimori (1993) esa posibilidad. Pero tímidamente. Era fundamental haber censurado tres o dos gabinetes sucesivamente, sistema complejo, lento, burocrático, iluso.

Las masas son volubles y no se puede mantener la rigidez del presidencialismo en que quien gana las elecciones se lleva todo: la jefatura del Estado, los ministros, el Parlamento. Hay que ir a un sistema más flexible en que las cámaras puedan ser disueltas y recompuestas y que éstas elijan un Primer Ministro que sea un maxipremier (al estilo de Felipe González o Willy Brandt) y no un minipremier, como dice Sagüés al aludir al híbrido sistema peruano. Un Primer Ministro que no es el premier, es decir el primero, sino el último. El dernier. Un polichinela vapuleable que cae porque renuncia, porque el Parlamento lo despide o porque el Presidente lo desahucia. El tema es difícil de explicar teóricamente.

Como dice Georges Burdeau, el peor método para abordarlo consiste en tratarlo abstractamente. Por eso mencionaré aquí tres casos que son espécimenes de seminario acontecidos en nuestro país durante el siglo XX en que el parlamentarismo y la disolución, y no el presidencialismo imperante y su rigidez, habrían salvado al Perú de tres golpes militares.

Son los de Guillermo Billinghurst (1914); José Luis Bustamante y Rivero (1945-48) y Alberto Fujimori (1990-92). Si las crisis provocadas por el encuentro del primero con la oligarquía; del segundo contra su elector, el APRA; y del tercero versus los partidos democráticos, se resolvían dispersando al Parlamento, la democracia se hubiera salvado con sendas victorias contra el militarismo civilista, contra el antiaprismo dinosáurico y contra los sectores ultraparlamentaristas.

De allí se desprende mi pregunta principista: ¿Qué preferiría sacrificar Alan García (o cualquier Jefe de Estado futuro) si se agudizase la decadencia del Parlamento (que según una encuesta de Apoyo tiene sólo un cuatro por ciento de aceptación), si esa crisis afectase a todo el sistema y a la estabilidad democrática? ¿Mantendría fanáticamente el dogmatismo constitucional? ¿O preferiría disolver y convocar inmediatamente a nuevas elecciones? Esta es sólo una especulación teórica. Como ha dicho acertadamente Jorge del Castillo Javier Valle-Riestra no representa ni al gobierno ni al Partido Aprista.

Es verdad; no me he arrogado esa personería. Solo soy un aprista sin carné, iconoclasta y heterodoxo. Un filósofo en la roca; un profeta apedreado que propone reformar un arcaico sistema constitucional para permitir por razones de Estado apelar plebiscitariamente al pueblo y recomponer legítimamente sistemas en quiebra.

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